Violines para Violeta

“Ya está”—dice Amanda con un aire de satisfacción en su voz.

“Ven a ver” —me señala con un tono casi autoritario mezclado con su risa picara.

“¿Qué has estado tramando esta vez?”—pregunto, acercándome a la computadora.

“¿Qué te parece?” —me dice mirando con orgullo su última creación cuya protagonista resulto ser yo.

“Pero… estás loca?”

“¿Qué? ¿No te gusta la foto? Esa foto está bien, y mira lo que puse en tu perfil. Seguro que vas a atraer un montón de tíos interesados y uno de ellos será tú príncipe azul.”

Imposible interrumpir su monólogo.

“Me inspiro en los elementos de la naturaleza para dar vida a mis oleos; un florero con tulipanes o margaritas, un arco iris o una puesta de sol son mis temas favoritos para las acuarelas. En las noches frías me gusta meditar mirando las llamas en la chimenea, o leer una buena novela; en verano disfruto de una copa de vino en la terraza” —prosigue Amanda no disimulando un cierto orgullo por haber elaborado una biografía digna de un poeta.

Suspiro al mirar la página de perfil.

“¿Realmente crees que es una buena idea?” le digo sin quitar los ojos de la pantalla.

Me contesta con una sonrisa y me da un beso en la mejilla que me confirma que tiene plena confianza en su plan. De hecho, hasta creo que ya está pensando en ir a comprar un atuendo para asistir a la boda. Adoro mi amiga. Tiene un optimismo indestructible, siempre ve el lado positivo de la vida aún en las situaciones más desesperantes. Su sonrisa dice simplemente que la vida es un carnaval, tal como lo canta la gran Celia Cruz. Por mi lado, soy un poco más pragmática y realista, o debería decir pesimista, no sé. No soy una persona negativa, soy luchona, y persevero, pero no tengo ese gran apetito de aventura y no logro gozar de la vida como si todo fuera olor de rosa y sabor vainilla. Y tal vez es mejor considerando mi situación.

“Está perfecto” —grita Amanda con ilusión mientras que presiona la tecla para guardar el perfil y subirlo. Estoy oficialmente puesta en el mercado de las almas solitarias y buscadores del amor verdadero, aunque estoy convencida que abundan los cuerpos que buscan una aventura amorosa de una noche. En fin, ¿qué tengo que perder? No gran cosa. Aunque mi escepticismo es directamente proporcional al entusiasmo de mi amiga.

“Te ves super sensual en este vestido, Violeta,” —continúa Amanda, quien no deja de maravillarse de su gran idea. “Va de acuerdo con tu nombre y ese color te queda de maravilla”.

Ya he perdido el interés. Suspiro y mejor me dirijo al rincón de mi sala que he convertido en mi taller para pintar, pero mi amiga no se da por vencido y se sienta a mi lado con la tableta mientras que agarro los pinceles y comienzo a mezclar la pintura. Apenas hago unas pinceladas que Amanda suelta en carcajadas.

“Amor, tienes que ver eso” —grita con un entusiasmo desbordante.

Sigo con la pintura, pero es inútil. Ya sé que Amanda no va a quitar el dedo del renglón. Pongo el pincel en agua y miro la tableta que me pone debajo de la nariz.

“Tienes mensajes y unos likes. Sabía que iba a ser un éxito rotundo” —me dice con una mirada pícara saboreando su triunfo.

“¿Qué? ¿Tan rápido?” —exclamo con incredulidad.

“Me gustó tu foto y tu perfil. Suenas como una mujer muy sensible y me encanta la idea que pintes” —lee Amanda en voz alta.

“Mira, su perfil y su foto. Este galán se ve bastante bien. ¿No te parece?”

“Ay, quién sabe, a lo mejor ni es su foto”

“Ya deja tu cinismo y escepticismo. ¿Por qué tan negativa? Lo que pasa es que no quieres creer en el amor. Quieres tener una pareja, pero al mismo tiempo crees que nadie se pueda interesar. ¡Cómo me desesperas!”

“No te enojes, Amanda. Entiéndeme. Tú sabes muy bien por qué tengo esta duda, por qué me cuesta creer.”

“Si, amiga. Entiendo, pero no pierdes nada en intentar.”

“Okay, tienes razón. Deja ver esta foto y el perfil. Efectivamente, se ve guapo. Un
investigador en microbiología. Suena muy… pues muy científico. Mmm, no sé. Pero si le
gusta la música clásica y la lectura. Bueno, por lo menos algo en común.”

“¿Sabes qué, por qué no contestas y le invitas a hacer una videoconferencia? De esta manera, de una buena vez te vas a dar cuenta si realmente es él en la foto, o si esta foto es él hace 40 años, o de plano es la de otro individuo. Además, escucharás su voz, verás su lenguaje corporal.”

El entusiasmo de Amanda es contagioso y finalmente me convence. Decido de dejarme llevar y entrarle al mundo de las relaciones virtuales.

“Eso me parece una idea genial y muy sensata. Gracias, Amanda”.

Mi amiga me da otro beso en la mejilla y me abraza tan fuerte que casi me rompe un hueso.

“¡Manos a la obra, querida!”

“Hola Antonio, gracias por tu mensaje y veo que coincidimos en nuestros gustos por la música clásica. De microbiología no sé gran cosa, pero a lo mejor me puedes explicar unas cuantas cosas al respecto. ¿Te parece que nos comunicamos por videoconferencia?”

Ni dos minutos después contesta Antonio.

“Querida Violeta, me parece una excelente idea. No sé cómo andas de tiempo, pero te propongo mañana por eso de las 8 de la noche. ¿Te parece? Hasta mañana, espero.”

Es inútil mencionar que Amanda está bailando de gusto por toda mi casa. Por mi lado, tengo que admitir que me siento algo ilusionada, aunque sin exaltarme mucho. No quiero tener demasiadas expectativas. Es mejor para evitar la decepción.

Antonio llama a las 8 en punto. Se ve igual que en la foto. Un alivio. Es sonriente y tiene una voz muy agradable. Charlamos largo y tendido, de todo y de nada. No veo el tiempo pasar. Me siento a gusto y contenta. Ese hombre me inspira confianza, sabe cómo hacerme sentir segura y tranquila. No me había imaginado eso.

Los días siguientes seguimos nuestras videoconferencias. A menudo nos tomamos una copa de vino y brindamos contra la pantalla de la tableta.

La que está aún más contenta que yo, es naturalmente mi gran amiga.

Hay solamente una cosa que me inquieta y claro que busco el consejo de Amanda.

“Tengo miedo, Amanda. Las cosas van muy bien con Antonio. Tenemos una verdadera conexión y no tardará en proponer de vernos. ¿Qué va a pasar si de repente me ve así sentada en mi silla de ruedas? No le he dicho nada sobre eso y siento que le estoy engañando, que no soy sincera. Y es verdad, estoy ocultando algo muy importante. Pero tengo miedo de que deje de interesarse si sabe toda la verdad.”

Amanda, como de costumbre, tiene la solución.

“Creo que tienes razón. El necesita saberlo antes de que se vean en persona. Tendrás que tomar el riesgo. Entiendo que te da miedo. Estoy casi segura de que no le va a importar. Ya verás. Pero en el remoto caso que te rechace, es mejor ahora que después. La vida es para aquellos que tomamos riesgos y que vencemos nuestros peores miedos. Te lo he dicho antes.”

Mi amiga me da una tierna mirada mientras que me toma de la mano.

“No quiero hacerlo durante nuestra charla. No podría soportar su expresión de asustado o que corte la comunicación. Podrá ser muy brutal de esa manera tan directa.”

Amanda me propone una opción que me parece más adecuada.

“Te tomo un video donde estás en tu silla de ruedas y así él tiene el tiempo de asimilar y darte una respuesta. Ya verás, no hay nada que temer. Eres una mujer hermosa, con muchas cualidades. El verá eso y no le va a importar la silla. Además, esta cuestión no te ha impedido de ser independiente, de trabajar, de pintar, de llevar una vida casi normal.”

Ni media hora después estoy lista para la grabación.

“Hola Antonio, te mando ese video donde me ves de cuerpo completo. Bueno, esa soy yo y ahora ya lo sabes.”

Es un mensaje un poco torpe tal vez, pero más palabras sería demasiado. Ahí va. Ahora a esperar.

Afortunadamente está Amanda para distraerme y evitar que piense todo el tiempo en Antonio.

Mi amiga me nota nerviosa.

“Tranquila. Dale un poco de tiempo. Mientras vamos a ver el nuevo episodio de El arte del Crimen.»

La noche pasa y no suena ningún “ping” que indica que hay un mensaje.

Me comienzo a inquietar y a arrepentirme de haber enviado el video. Miles de pensamientos unos más catastróficos que otros se pelean entre ellos en mi cabeza.

Pasan tres días más y no hay noticias de Antonio. Tengo ganas de borrar mi perfil y cerrar mi cuenta en la app. Pero Amanda obviamente me pide de esperar.

“No ves que es inútil, amiga. Se espantó y no sabe cómo decírmelo que ya no quiera nada conmigo.”

Casi quiebro en llanto cuando de repente suena el timbre. Amanda y yo nos quedamos viendo no pudiendo imaginar quien sonaría.

Amanda abre y oigo una voz conocida. Es Antonio. Pero ¿cómo? Nunca le di mi dirección. Me quedo perpleja.

Cuando ambos entran en la sala, veo a un Antonio en traje y con un enorme ramo de rosas.

No logro pronunciar palabra. Mis pupilas se inundan de la emoción.

Después de recuperarme de la gran sorpresa, le ofrezco de pasar y sentarse junto a mí. Me explica todo.

“Perdón, Violeta, por no haber contestado a tu video. Tuve una emergencia. Mi abuela se puso muy mal y tuve que llevarla de emergencia al hospital y me quedé desconectado durante dos días. Ella está bien ahora. Fue un gran susto y sigue hospitalizada pero ya está fuera de peligro.”

“Me alegra que tu abuela ya esté mejor y no sabes el gusto que me da de verte. Pero, sigo
con una duda…”

Antes de que pueda terminar mi pregunta, Antonio ya me da la respuesta.

“Quieres saber cómo obtuve tu dirección, ¿verdad? Pues, no me vas a creer, pero mi abuela es tu vecina. En la pantalla de inicio de su móvil tiene una foto de grupo de los vecinos, en una fiesta que hicieron en el patio. Ahí te reconocí y decidí de darte la sorpresa en lugar de contestar a tu video. Aquí me tienes.”

“Voy a sacar la botella de champán. Eso amerita un brindis” nos dice Amanda y desaparece en la cocina.

Antonio aprovecha de los momentos a solas conmigo para abrazarme tiernamente y darnos nuestro primer beso.

Dos meses más tarde Antonio me tiene preparado una sorpresa. No podía adivinarlo hasta el momento que llegamos a la entrada de un edificio moderno.

“Tengo un hermano astronauta. Me las arreglé para que te pueda llevar a la sala de entrenamiento espacial. La ley de la gravedad no opera ahí y vamos a poder bailar, mi amor.”

Lágrimas de felicidad corren sobre mi rostro mientras que los violines tocan las primeras
notas del vals.

©Kat De Moor – Todos derechos reservados

1 comentario en “Violines para Violeta”

  1. Me encantó está cortita historia. Violeta me transmite mucha fuerza, una ternura increíble y una sana envidia por su resiliencia para luchar por la vida y el amor, a pesar de su condición. Otras con mucho menos nos aminalamos ante un problema mucho menor. Antonio es un amor de persona. ¡Ojalá existiesen muchos así! Enhorabuena por esta preciosa historia y Feliz San Valentín amiga♥️

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