Se queda mirando la pantalla blanca. Había abierto un documento en Word, pero las palabras no
llegan. Arriba dice “documento1”, no muy original como título, pero sin texto, imposible inventar uno
significativo. Su mente permanece en blanco al igual que el documento1.
Laura no recuerda haberse encontrado en tal situación cuando escribió su tercera novela, que tuvo
cierto éxito, gracias a la campaña de lanzamiento, su nueva página web y un equipo de marketing y
especialistas en redes sociales quienes la apoyaban.
¿Qué era diferente? ¿Será que se le acabaron las ideas, las memorias, las vivencias para crear nuevas
historias? De hecho, pensaba que esta vez sería más fácil. Ha tomado un año sabático, un año sin
fechas limites, 12 meses sin el constante flujo de correos electrónicos a los cuales contestar, 365 días
sin juntas ni videoconferencias. Parecía un sueño. Laura se imaginaba poder dedicar todo su tiempo a
la escritura, sin interrupciones. A Rafael, su esposo, le estaba yendo muy bien con su negocio de
cursos en línea y ella tenía sus ahorros y un ingreso constante, aunque modesto, de la venta de sus
libros y sus actividades regulares como coach y mentor para escritores novatos. Todo pareció encajar
perfectamente bien, el telón de fondo ideal para lanzarse a escribir su cuarta novela, ya con menos
estrés y más tiempo.
El cursor en su pantalla se queda parpadeando incansablemente, con paciencia o impaciencia, vete
tú a saber. Laura alza la cabeza, y se fija en el muro en frente, tan blanco como su pantalla. Su
habitación tan estéril como su mente.
El tema Over the Horizon saliendo de su teléfono la vuelve a la realidad. Es su amiga Verónica. Laura
duda unos segundos entre contestar y apagar el teléfono. No quiere distraerse, pero ¿distraerse de
qué? ¿de no hacer nada? Realmente tiene ganas de escuchar la voz optimista y alegre de Verónica.
—Verónica, ¡qué gusto!
—¿Qué haces? —suena del otro lado de la línea.
— Tratando de escribir — contesta con un suspiro enfatizando la primera palabra.
—Mmm, no te siento muy animada. Tal vez necesitas distraerte, hacer otra cosa, salir un poco.
Silencio.
—Mira, —continúa Verónica —nos vamos a tomar un café y charlamos un poco, ¿te parece?
Otro silencio.
—Okay, amiga, tienes razón, no tiene sentido quedarme aquí con la mirada fijada en una pantalla
blanca. Nos vemos en Café Latte en quince minutos.
Laura cierra su computadora, se pone un poco de lápiz labial, cambia su ropa cómoda por un vestido
floreado y saca sus zapatillas de tacón. Baja a la sala donde su marido está en videoconferencia con
un cliente. Para no interrumpir, le deja un post-it y le manda un beso con la mano antes de salir.
Llegando al salón de café, busca a Verónica, y de repente ve a su amiga con la mano moviéndose en
alto para llamar su atención.
Hay bastante gente en el local y se escuchan risas y charlas amenas en cada mesa. Laura no tarda en
acompañar a Verónica con un delicioso pastel de tres leches y un capuchino humeante y espumoso.
No es la opción menos calórica, pero sin duda una de las más ricas y confortantes. Justo lo que
ambas necesitan.
Laura nota las uñas de Verónica pintadas de un azul cobalto. Su compañera siempre las tiene en un
estado impecable. A cambio, a Laura no le gusta mucho pasar tiempo en el salón de belleza y darse
este tipo de cuidados; simplemente no tiene la paciencia para eso. La manicura de Verónica siempre
ha sido parte de su personalidad y de sus hábitos, nada particular, pero el color esta vez sí. ¡Azul!
Laura recuerda todas las tonalidades de rojo, yendo del vino profundo al rojo encendido, pasando
por el carmín, cereza, fresa y algunas frutas más. ¡Pero este tono está fuera de tono, o por lo menos
fuera de lo normal!
Verónica nota el asombro en los ojos de la persona en frente de ella y Verónica no tarda en
explicarle.
—La manicurista tiene una predilección por el azul, todos los matices. Cada vez que voy al salón trata
de persuadirme de escoger el azul como esmalte. ¡Y bueno, esta vez la dejé ganar! ¿Qué te parece?
—Pues, no está mal. Un cambio es tan bueno como un descanso, ¿verdad? Aunque me inclino más
por los colores tradicionales que acostumbras.
Ambas se ríen y toman otra probada del pastel y del café.
Laura no tiene mucho que contar más que expresar su frustración y desesperación con el síndrome
de la hoja blanca. Su amiga a cambio tiene varias anécdotas divertidas. La que le llama la atención a
Laura es un penoso incidente de Carlos, el esposo de Verónica. Con lujo de detalle y con las
gesticulaciones tan propias a su estilo de charlar, su compañera le relata que Carlos había dejado un
día sus llaves, teléfono, ropa en el casillero del gimnasio, y tras haber cerrado el candado se dio
cuenta que la llave del candado se quedó con sus otras pertenencias adentro. A Laura le brillan los
ojos de la risa cuando Verónica cuenta cómo Carlos se las arregló para salir del lío en el cual se había
metido, y que fueron finalmente un grupito de mujeres que le sacaron del apuro ya que todo el
personal se había ido y no era posible aventurarse a la calle con la toalla blanca como única prenda.
A Laura de repente se le ocurre que esta anécdota entraría muy bien en el capítulo que está
escribiendo y Verónica está encantada con esa idea.
Laura se siente diferente, relajada, optimista. Se da cuenta que para escribir no necesita encerrarse
ocho horas al día en su torre de marfil, lejos de la gente, las distracciones, la vida cotidiana, sino que
es necesario interactuar, salir, charlar, escuchar, observar y vivir la vida simplemente. Momentos a
solas si, pero no totalmente aislada del mundo exterior. Mantener el equilibrio es la solución.
Llegando de regreso a su casa, saluda a su marido con un beso y una sonrisa. Rafael ya está en la
cocina preparando la cena. Después de haberse cambiado, Laura se pone el delantal, lista para
ayudar a su marido y mientras que mezcla el risotto, le cuenta sobre su salida con Verónica. Después
de la cena, sube a su cuarto.
Abre su ordenador y antes de añadir la historia del incidente de Carlos a su novela, decide escribir
una historia corta con el título: la manicurista a quien le gustaba el esmalte azul…