
No me considero una gran cocinera. Cierto, tengo como treinta libros de recetas y si bien me va he hecho una receta de cada libro, aunque creo que un total de quince se acerca más a la verdad.
No obstante, cocinar tiene algo meditativo. Los momentos en mi cocina son en muchas ocasiones momentos de tranquilidad, de estar en el momento presente. Estar ocupada con las manos, sentir la piel lisa de la berenjena, olfatear el aroma de la nuez moscada, la pimienta recién molida y otras especies, mezclar el risotto en la sartén, todo es me ancla; me conecta a la tierra.
Cuando su novia recibió una waflera como regalo de cumpleaños, mi hijo me pidió la receta, herencia de mi abuela materna y el secreto mejor guardado de en mi pueblo. Unos días después me envió orgullosamente una foto de los primeros wafles y utilizando mi imaginación casi podía percibir el sutil aroma a canela. La pastelería la tenemos imprenta en nuestra ADN. Mi padre le había tomado gusto hace muchos años y sacó su diploma de pastelero profesional, aunque consideraba la pastelería una pasión y un pasatiempo, algo que disfrutaba hacer en sus horas libres. Cuando mi hermana Annemie abrió su salón de café, era él quien se encargaba a deleitar los comensales con una variedad de tartas y pasteles, cuyo ingrediente más importante era el amor por sus dulces ( y muchas veces calóricas) creaciones.
Mi hijo mayor Dieter también le entra en la pastelería. Por desgracia nunca tuve la suerte de probar su legendario pastel tres leches, ya que lo preparaba para llevar a alguna reunión entre amigos o una fiesta de cumpleaños.
En muchas ocasiones, sobre todo, cuando todavía vivían conmigo, le entrábamos todos a la cocina: cada quien poniendo su grano de sal (o algún otro ingrediente), charlando amenamente mientras. En momentos no teníamos mucho tema de conversación, pero trabajar en equipo para preparar una rica cena, nos unía, nos daba una oportunidad de conectarnos.
Ahora que ya son adultos y vienen de visita, no falta la ocasión que me sorprenden con un platillo nuevo diciéndome: ¡ya está lista la cena, mama, siéntate!