Sobre mí
Durante bastante tiempo la intención de escribir un libro jugaba en mi mente, pero dudaba que tuviera una historia que valiera la pena contar y aún más que fuera capaz de hacerlo. Lo que comprendí es que la escritura nos pertenece a todos.
Nací en Zottegem, una pequeña ciudad en el norte de Bélgica, como mayor de cinco mujeres.
Tras mis estudios de traductora e intérprete dejé mi familia, mis amistades, mi tierra natal, mis costumbres para instalarme en la Ciudad de México, lugar donde viví dieciséis años. Tal un “Hernán Cortés”, me lancé a la conquista, no del país, sino de mi marido, a quien había conocido en mi ciudad natal (es una larga historia). Solamente que la “conquistadora” fue conquistado por el país: su colorido, su gastronomía, su gente, su historia, su música, su cultura.
México siempre tendrá un lugar especial en mi corazón: mis hijos nacieron ahí, conocí un sinfín de personas maravillosas, me hice muchas amistades, las vivencias y experiencias me formaron, me hicieron quién soy ahora.
Pero el destino me llevó de vuelta a Europa en 2002 dónde trabajé varios años para las Naciones Unidas en Ginebra como asistente y correctora de pruebas antes de unirme a otra organización humanitaria donde aún estoy prestando mis servicios. Es este último empleo que me ha llevado a lugares como Kenia, Estambul, Tanzania, Egipto y algunos más; viajes y vivencias sumamente enriquecedores y que forman un elemento clave en mis libros.
Hablando de libros, llega el momento que les quiero hablar un poco más sobre mi gran pasión: la escritura (¡aunque me tardé casi 50 años en publicar mi primer libro!)
Desde niña me fascinaron los libros. Vivía aventuras a través de los personajes y prefería su compañía a la de las muñecas. Mientras que un buen libro estaba a mi alcance, no me aburría.
La escritura a cambio no fue la consecuencia natural de mi pasión por la lectura. De joven, lo único que escribía era mi diario; historias personales, vivencias íntimas que no compartía con nadie (o por lo menos, eso era la idea).
Sin embargo, es este ejercicio que me hizo entender que escribir daba más sentido a mi vida. Confiar mis experiencias al papel me permitía dar un lugar a lo que sucedía. Era una manera de ordenar ideas, tomar una distancia de mis propios pensamientos, cambiar la perspectiva, o simplemente soltar eventos que me irritaban, que me causaban frustración o enojo. Escribir se convirtió en un ejercicio estilo Marie Kondo: acomodar y organizar mis pensamientos, ideas, sentimientos, y vivencias era similar a arreglar la ropa bien planchadita en los cajones y armarios, para después cerrarlos.
Luego comencé a compartir mis vivencias e ideas en largas cartas a mi familia en Bélgica cuando me mudé a México, que más adelante se convirtieron en extensos emails.
Mis primeras historias cortas eran cuentos de un conejo morado parlanchín y muy sabio, consejero de una princesa. Nunca las publiqué.
Durante bastante tiempo la intención de escribir un libro jugaba en mi mente, pero dudaba que tuviera una historia que valiera la pena contar y aún más que fuera capaz de hacerlo. Lo que comprendí es que la escritura nos pertenece a todos. Cada ser humano tiene historias que contar y cada historia merece ser compartida y escuchada. Todos tenemos algo que decir, todos tenemos sueños, ideas, vivencias, experiencias que alguien necesita escuchar.
Es cuando me lancé a escribir mi primera novela “Anatomía de una entrega”.
A partir de ahí, aprendí que escribir es y tiene que ser un placer, y ahora logro escribir por el gusto de escribir, porque me procura un deleite casi orgánico.
Descarté los mitos de la falta de tiempo y escribo a ratitos. Deseché la fábula de la torre de marfil y la necesidad de una inteligencia superior, y escribo con el corazón. Escribo con autocompasión, y suprimo la fijación de que lo que escribo tiene que ser perfecto. He renunciado a escribir para complacer a los demás porque comprendí que lo que cuenta es ser auténtica.
La escritura está intrínsecamente conectada y enredada con todos los aspectos de la vida, incluyendo los detalles más insignificantes, y las actividades más triviales y rutinarias. Escribir no es incompatible con la vida social, el café con las amigas, la preparación de una rica cena.
He encontrado una verdadera pasión que no soltaré o más bien que no me soltará…