Hace poco comencé a pintar y dibujar. Fue mi hermana Annemie, la que hizo las ilustraciones de mis
libros, quien me dio la idea. Desde hace unos meses estoy creando cuadernos para vender en
Amazon. Para este efecto había tomado una suscripción a Creative Fabrica y otras plataformas
dónde encuentro patronos, dibujos, ilustraciones y todo lo que me haga falta para hacer interiores y
coberturas llamativos y atractivos. Cuando Annemie me sugirió de hacer mis propias ilustraciones me
quedé intrigada y extrañada. Me acordaba de mis clases de dibujo en la primaria y la secundaria.
Para comenzar no me gustaban y no me gustaban porque sentía que no tenía ningún talento ni
aptitud para dicha actividad. Usar mi imaginación para escribir eso sí, pero expresar mis emociones a
través de alguna forma de arte plástica, era otro cantar. Mi madre había guardado mis “obras de
arte” que hice en la escuela y un día me preguntó qué edad tenía cuando pinté mi familia disfrutando
del mar y el sol. Ella se imaginaba que tenía en mano un dibujo que hice en kínder y ahí me di cuenta
que mis aptitudes no habían evolucionado porque la famosa escena la pinté en secundaria. No, la
pintura, el dibujo y sus variantes no eran para mí.
Mi hermana, sin embargo, estaba convencida que cada uno puede dibujar y pintar algo bello. De
repente me sentí estimulada y motivada para volver a agarrar el pincel, el lápiz y la pintura para
producir algo bonito.
Annemie me regaló un libro con consejos y ejemplos, al igual que un estuche con pintura y unos
pinceles.
Así comencé, mirando videos y ejemplos en internet, leyendo el libro, y sobre todo practicando día
tras día. Primero esbozos de pájaros, en lápiz, luego amapolas, tulipanes y rosas en acuarela. Luego
me animé a pintar unos colibríes, mis pajaritos favoritos. Me quedé extrañada cuánto me comenzó a
gustar sentarme en la mesa sobre mi terraza (era verano) y de soltar mi imaginación y la pintura
sobre las hojas blancas. Me sentía en el “flujo”, ya sabes, estos momentos cuando estás
completamente en el aquí y el ahora, sin pensamientos que interrumpen tu paz. ¡Eso era! La pintura
me relaja, me lleva al momento presente. Me hace olvidar el mundo exterior, tanto que un día en
lugar de limpiar mi pincel en el vaso con agua, de plano lo eché en mi copa de vino. ¡Lástima por la
copa de Sauvignon! Había estado tan profundamente concentrada en crear flores y pájaros que me
había olvidado incluso que tenía la copa ahí.
Me di cuenta que pintar me traslada y me llena de calma, bienestar y paz. Al ser creativa con el
pincel, me vuelvo también más creativa con la pluma ya que una expresión creativa
automáticamente amplía y fomenta otras formas artísticas.
Aparte de estos beneficios, fue para mí una revelación, un logro ya que toda mi vida me había
metido en la cabeza que pintar no era para mí. Aunque no tengo ambiciones ni pretendo
convertirme en un Picasso, lo disfruto y algunas creaciones me salen bastante bien. Fue una linda
demostración que es más nuestra resistencia y nuestra ideas sobre lo que podemos o no podemos
hacer que nos frenan. Basta de intentar, de dejarnos llevar, de callar la voz interior.
Bien lo decía Vincent van Gogh: “Si escuchas una voz dentro de ti que te dice que no sabes pintar,
entonces, pinta, y la voz será silenciada”.